<strong>María Remedios del Valle</strong> (c.1766–1847), militar afroargentina, capitana del ejército del General Belgrano.
“1810 y algo más”
Texto de la profesora Nora Iribe, del Departamento de Lenguas y Literatura, en conmemoración del 209.º aniversario de la Revolución de Mayo.

La celebración de los 209 años de la Revolución de Mayo de 1810 nos brinda la posibilidad de repensarnos como sociedad. Reabre las puertas de nuestra historia y nos invita a mirarnos en ese espejo que somos nosotros mismos: nuestros avances, nuestras luchas, nuestros sentidos y sinsentidos. El tema de la Revolución de Mayo es un tema que nunca se abandona porque, como mito fundacional de la Nación, siempre se vuelve a revisar. En los últimos años una nueva mirada se ha impuesto en el mundo académico: La Revolución de Mayo es en realidad el principio de un proceso revolucionario que se va a prolongar en el tiempo. Nicolás Shumway señala que La idea de Argentina como nación se desarrolló entre 1808 y 1880, de la mano de figuras tan diversas como Mariano Moreno, Artigas, Echeverría, Sarmiento, Alberdi, Mitre, Hernández y Olegario V. Andrade.

Pero además 1810 no fue solo una revolución política sino también un proceso revolucionario en contra de las jerarquías sociales y raciales, que tuvo consecuencias muy fuertes en la formación posterior del país. También, es importante analizar concretamente qué cambió a partir de 1810: ver cómo la sociedad de castas deja de serlo, cómo se transformó la economía, cómo se pasó de ser súbditos de la monarquía a ciudadanos de la república, qué implicó la república, por qué nació una literatura como la gauchesca.

Si miramos la historia “desde abajo” es interesante añadir al discurso tradicional el hecho de que no fueron solamente los hombres de las clases altas de Buenos Aires y otras provincias quienes condujeron ese proceso, sino que también el pueblo, la plebe, tuvo una intervención decisiva. Desde esta perspectiva es posible dibujar una reconstrucción de la vida e inquietudes de las clases populares durante el periodo de la revolución de mayo y en los años subsiguientes.

Y podemos también analizar el papel de las mujeres en ese proceso, las grandes ausentes en el discurso tradicional, y demostrar que ellas fueron agentes históricos activos, cuyas acciones tuvieron una gran repercusión en el mundo en que vivimos. A partir de la Revolución de Mayo y durante las guerras de la Independencia cambiaron las relaciones de género de aquel entonces. Porque hay efectivamente cuestiones que tienen que ver con el patriarcado que vienen de mucho antes del siglo XX-XXI. 

Gabriel Di Meglio en su obra ¡Viva el bajo pueblo! destaca el papel de las clases populares de la Ciudad de Buenos Aires en la Revolución de Mayo, porque sin tener en cuenta la participación plebeya no es posible entender el fenómeno: una de las claves de la revolución es la gran movilización popular. Di Meglio considera tres formas de intervención plebeya en la vida política: primero, la participación en las luchas facciosas de la elite revolucionaria para arbitrar conflictos internos; segundo, la movilización en la ciudad a través de fiestas cívicas que se organizaban para conmemorar las gestas patrióticas y, por último, el alistamiento de las milicias civiles en el ejército regular. 

Retrocedamos a 1810, Buenos Aires era una pequeña ciudad. Desde una punta hasta la otra tenía unas 30 cuadras; en sus alrededores se encontraban las quintas hortícolas, que ocupaban una superficie mucho más extensa y cuya producción abastecía el área urbana. La mayoría de las construcciones donde vivía la gente se concentraban en la zona del actual centro. 

El 25 de mayo comenzó a celebrarse desde el primer aniversario de la Revolución. El 17 de mayo de 1811 se inauguró la Pirámide de Mayo, y para el 25 estuvo iluminada y embanderada con los estandartes de los distintos regimientos de milicias. Los festejos, que a partir de ese año se llamaron “Fiestas Mayas”, duraban varios días y noches. Se practicaban juegos, como el de la sortija, el palo enjabonado, las carreras de caballos, fuegos de artificio, globos de fuego, mascaradas y desfiles de carrozas, representaciones teatrales. Las litografías del francés Carlos Enrique Pellegrini (1841) representan un ambiente festivo, de regocijo general y de participación popular. El autor destaca las actividades lúdicas, y pone énfasis en la concurrencia de muy diversos tipos sociales: el hombre de poncho, el comerciante rico, la “china”, la criada, las damas de la elite, los niños y las niñas, los clérigos, los soldados; todos aparecen como partícipes de los festejos. Por unos días, la ciudad cambiaba de aspecto. La gente adornaba sus casas y el gobierno embellecía los espacios públicos en donde confluían personas y costumbres del mundo rural y urbano.

Las fiestas son, entre otras cosas, una forma de asegurar la transmisión de tradiciones y valores. Así, la fiesta se opone a lo cotidiano, borra (o por lo menos, atenúa) por un tiempo las diferencias sociales, reúne en torno de la comida, la diversión, la competencia, el espectáculo, a ricos y pobres, hombres y mujeres, grandes y chicos. Las primeras fiestas mayas sirvieron para ganar apoyos para la causa de la Revolución y promover la construcción de una identidad compartida.

En muchos lugares rioplatenses, las clases populares pasan a ser parte de la política, y eso es un cambio sustancial.

La revolución cambia los alineamientos. Todos aquellos que hasta 1810 eran inferiores legalmente, todos los pardos, todos los morenos, los indígenas, pueden ser considerados americanos. Entonces, si la guerra es entre americanos y españoles, todo americano, desde un negro hasta un blanco, aunque materialmente siguen siendo desiguales, simbólicamente se consideran iguales. En el caso de los negros es muy claro, por ejemplo, porque muchos de los hombres van a entrar al ejército revolucionario; quieren combatir, y se identifican fuertemente con la causa de la patria. Cada grupo le va a dar su propio sentido a esa idea de patria.

Este contacto y convivencia de los distintos sectores en épocas de guerra produjeron historias que merecen ser contadas. Tal como lo hizo Felipe Pigna en su obra Mujeres tenían que ser Historia de nuestras desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras. Desde los orígenes hasta 1930.

Es reconocido el papel de las mujeres en los campos de batalla. Muchas veces formaron parte de las milicias. Vale la pena rescatar de las tinieblas del olvido un caso particular: una morena porteña enlistada en 1810 en el Ejército del Norte. Se llamaba María Remedios del Valle y desde el 6 de julio de 1810, cuando partió la primera expedición destinada al Alto Perú al mando de Ortiz de Ocampo, acompañó a su marido, a un hijo de la sangre y a otro adoptivo. La «parda» María, como se la menciona en algunos partes militares, combatió en Huaqui (20 de junio de 1811), vivió las peripecias de esa trágica retirada del Alto Perú y luego el éxodo jujeño. Volvió a combatir en las gloriosas victorias de Tucumán y Salta y en las trágicas derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, siempre junto al general Belgrano que la había nombrado capitana, siempre con un grito de aliento, curando heridos, sacando fuerzas de donde ya no había. Allí se fue desgarrando con la pérdida de su marido y sus hijos. En esta última batalla fue tomada prisionera por los realistas, que la condenaron a ser azotada públicamente a lo largo de nueve días. Pero María pudo fugarse de sus verdugos y reintegrarse a la lucha contra el enemigo operando como correo en el peligroso territorio ocupado por los invasores. Un expediente militar señala, entre otras cosas, que estuvo siete veces en capilla, o sea a punto de ser fusilada, y que a lo largo de su carrera militar recibió seis heridas graves de bala. No fue fácil que las autoridades de Buenos Aires le reconocieran el grado de capitana, con el sueldo correspondiente, pero lo logró aunque luego de la independencia, como ocurrió con tantas otras y tantos otros patriotas, el Estado dejó de pagárselo. Cuentan que mucho tiempo después, un día, el general Viamonte vio una mujer harapienta limosneando y al acercarse a darle una moneda exclamó: “¡Es la Capitana, es la Madre de la Patria!”. Poco después desde su banca en la legislatura insistió junto a otros compañeros de armas para que se hiciera justicia con esta mujer. Consiguió una miserable pensión. No hubo monumento ni biografía para María, la parda.

Los 209 años que celebramos este 25 de Mayo incluyen períodos oscuros, tumultuosos, guerras civiles, golpes de Estado, violencia, injusticia. Sin embargo, el entusiasmo de la fiesta patria es sanador, renueva las aspiraciones que tenemos y nos alienta hacia adelante. Hoy resulta movilizador saber que a lo largo de la historia se silenciaron algunas voces y se amplificaron otras y que, no obstante, todas contribuyeron y contribuyen a la construcción de nuestra Nación.