El General San Martín cruzando los Andes
Texto de la Prof. Nora Iribe en conmemoración del 168 aniversario del fallecimiento del General José Francisco de San Martín.

Se cumplen 168 años del fallecimiento del General José Francisco de San Martín (1778-1850), el “Padre de la Patria” en Argentina, el “Capitán General” en Chile, el “Fundador de la República” en Perú, entre tantos otros nombres. 

Como parte de los homenajes conmemorativos, el tapiz “El General San Martín cruzando los Andes” ya está de vuelta en la Argentina. Donado por el Estado francés a nuestro país en 1916, el tejido fue realizado por la prestigiosa Manufacture des Gobelins (entre 1911 y 1914) a partir de un diseño de Alfred Roll (1846-1919) y restaurado en aquella casa durante el año 2017. Hoy, antes de su emplazamiento permanente en la Casa Rosada, el Museo Nacional de Bellas Artes lo exhibe hasta el 19 de agosto para que todos puedan disfrutarlo, a través de la muestra "El tapiz del General San Martín: historia de una restauración. Obras maestras de la Manufacture des Gobelins de Francia”.

En el tapiz, el general está representado a gran escala, en el centro de la escena, sobre su caballo, mientras atraviesa la Cordillera de los Andes. Con una mano sostiene las riendas; lleva su brazo izquierdo hacia adelante con el puño cerrado. Aparece triunfante, aunque la campaña recién ha comenzado. Es seguido de cerca por sus tropas, todavía detenidas por rocas que, probablemente, aluden a los obstáculos que aparecerán en el camino hacia la liberación. Por encima del general, en el cielo, una figura guerrera parece llamar a las armas a los defensores de la libertad, y una personificación de la República francesa, con su gorro frigio, se apresta a cubrir a San Martín con una corona de laurel. Arriba, en una banderola, detrás de un sol aún incompleto que remite a la iconografía de la bandera argentina resaltan los nombres San Lorenzo y Maipo. Por debajo, aparece la frase: “Al libertador José de San Martín, la República francesa”.

Y en verdad semejante representación no le sienta mal al general.  Mucho antes de que Mitre escribiera su célebre Historia de San Martín y de la Emancipación Americana (1887) y creara una mitología nacional que justificara la Argentina futura, el carácter heroico de su personalidad fue percibido y valorado por sus propios contemporáneos que dieron testimonio de ello. Se destaca por su inteligencia, como militar y humanista. Tuvo una mente clara a la hora de evaluar las situaciones reales e imaginación creativa a la hora de planificar acciones inéditas en la historia de nuestro país y el mundo. Pero fue también un criollo astuto perspicaz, que supo comunicarse con los gauchos, con los negros, mulatos zambos e indios, que dieron su vida por su él. Fue un caudillo raro, una mezcla de americano y de gringo europeo. Fue espía, comandante y amable interlocutor con personajes de diferentes etnias y clases sociales. En cuanto a su fuerte voluntad, le permitió contra viento y marea realizar su ideal a pesar de las calumnias, las ofensas, la falta de apoyo y perseverar, seguro del camino trazado, siendo severo consigo mismo y con sus subordinados. Con la fortaleza de su espíritu, se sobrepuso a las dolencias físicas, tan graves que en muchas ocasiones pareció que su cuerpo se negaba a acompañarlo, cosa que nunca ocultó. A todo esto hay que sumar virtudes morales tales como el desprendimiento y rechazo de cualquier vanidad o vanagloria, como demostró en la negociación de Guayaquil. Tal vez porque entendió, como señala Sarmiento en su “Introducción” al Facundo, que el general europeo debía cederle el paso al general americano. Hechos todos que le fueran reconocidos universalmente.

A pesar de que la mayor parte de su vida adulta transcurrió en Europa, la impronta de San Martín dio un giro definitivo a la Revolución de Mayo, que entonces pudo trascender la política lugareña para alcanzar la dimensión americana: "Necesitamos pensar en grande: si no lo hacemos, nosotros tendremos la culpa", le escribía San Martín al diputado por Mendoza Tomás Godoy Cruz, en mayo de 1816, cuando estaba reunido el Congreso de Tucumán y era preciso declarar de una vez la Independencia.

En el largo laberinto de sus pasos dibujó una geografía gigantesca: Yapeyú, Misiones, España, Argentina, Chile, Perú, Argentina, el exilio, varios viajes al continente americano, todos ellos frustrados en una telaraña de traiciones, asesinatos, luchas intestinas, donde no quería mostrarse como lo que era: el gran héroe de la Patria. Pero, finalmente, resolvió que sus restos reposaran en su tierra natal, ya muerto, ya leyenda.

Personaje novelesco si los hay, en la encrucijada de su destino, siempre prefirió su costado criollo, como diría Borges en uno de sus cuentos. Es verdad, San Martín tiene toda la apostura de un héroe de epopeya. 

Más allá de su profusa historiografía, el hombre sigue vivo en la memoria de un pueblo, o de varios pueblos y hacia este concepto nos direccionamos. Hubo miles de cuyanos anónimos que lo acompañaron en su hazaña mayúscula, el complicado, intrincado, planificado cruce de los Andes, del que volvieron vivos muy pocos. Su nombre comenzó a resonar con aires de gloria. En 1829, la flota comandada por el Almirante Guillermo Brown contaba con un bergantín llamado "San Martín". Años más tarde, cuando este fue jefe de la escuadra de la Confederación, la "San Martín" era la nave capitana y había otra nave llamada "Maipú". Sus hazañas se cantaban en poemas épicos. En La Lira Argentina, o colección de las piezas poéticas dadas a luz en Buenos Aires durante la guerra de la independencia, editada en Buenos Aires, en 1824, impresa en París; y reeditada por la Academia Argentina de Letras con estudio crítico de su presidente Pedro Luis Barcia (1982); hay varias composiciones poéticas ligadas al recuerdo de la obra sanmartiniana. Desde allí desciende una larga lista de autores argentinos que hasta hoy, con las variaciones epocales, continúan alimentando desde la historia o la ficción la figura del héroe.

Y como al destino le gustan las repeticiones, queremos relatar un episodio que ocurrió muchos años después. Cierto día de marzo de 1949 aparecieron tres jinetes desmadrados, acompañados por unos baqueanos en Paso llpela, también llamado el Paso de los Contrabandistas y situado a unos 18 kilómetros al Sur del Paso de Hua Hum. El primero de ellos era Víctor Bianchi Gundian, el segundo, Jorge Bellet Bastías; pero el que más llamaba la atención era un señor de unos cuarenta y cinco años, corpulento, de larga barba y, como no se les escapaba a sus compañeros y sobre todo a los baqueanos, no muy buen jinete. El día anterior casi se había ahogado en el río Curringue y subiendo por el túnel resbaladizo hasta la cumbre del Paso llpela se había caído varias veces del caballo. Decía llamarse Antonio Ruiz Legarreta.

Las primeras identidades eran reales, pero el tercero que quería entrar furtivamente a la Argentina de Juan Domingo Perón, era Ricardo Neftalí Eliecer Reyes Basoalto, nacido en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 y que desde hacía trece meses huía de la persecución implacable de los carabineros del presidente Gabriel González Videla. Por supuesto que el mundo entero conocía a este gran poeta bajo su célebre seudónimo de Pablo Neruda. 

En las alforjas de su caballo, había escondido los manuscritos de su obra mayor, camuflada con un título de fantasía, “Risas y lágrimas”, inocente a la mirada de centinelas y censores. El título verdadero estaba anotado en su mente: Canto general, que contenía dos poemas dedicados al Libertador de América. En el cruce de los Andes, en sentido inverso al de San Martín pero con el mismo destino de libertad, el chileno había atravesado la cordillera a caballo, por sendas solamente conocidas por bandoleros. Cuando más abismal e imposible se mostraba el camino, más admiraba Neruda la hazaña de nuestro prócer. 

Seguramente repetía en su interior los versos ya escritos: “Anduve, San Martín, tanto y de sitio en sitio/ que descarté tu traje, tus espuelas, sabía/ que alguna vez andando en los caminos/ hechos para volver, en los finales/ de cordillera, en la pureza/ de la intemperie que de ti heredamos,/ nos íbamos a ver de un día a otro.” Tal vez, mientras el poco hábil jinete se bamboleaba y las herraduras de su caballo se clavaban en el suelo milenario de las laderas de las montañas comprendía el verdadero significado de su poesía: “Eres la tierra que nos diste, un ramo/ de cedrón que golpea con su aroma,/ que no sabemos dónde está, de dónde/ llega su olor de patria a las praderas./ Te galopamos, San Martín, salimos/ amaneciendo a recorrer tu cuerpo,/ respiramos hectáreas de tu sombra,/ hacemos fuego sobre tu estatura./

Eres extenso entre todos los héroes”

¿Qué mejor cierre para estas palabras de homenaje?